jueves, 1 de octubre de 2009

Viernes 10, casi viernes 13



No podía empezar mi día así.
Me desperté tarde, pero estaba aún a tiempo para desarrollar mi mañana como planeé hacerlo. En realidad, despertarse tarde es relativo. Depende de las actividades realizadas la noche anterior, que te obligaron dormir a altas horas de la madrugada. Pero, si uno duerme a las 20 horas, y se despierta a las 8.35 del siguiente día, a menos de seis horas para un examen, eso si es levantarse tarde.
Me apresuré para asearme, lo que nada más significó en ese inicio de jornada cepillarme los dientes, limpiarme la cara y “seudopeinarme” con los dedos. ¡Ah! por supuesto, arreglar mi dormitorio que estaba hecho un mamarracho, tal cual queda una plaza publica que fue desocupada por manifestantes luego de días de ocupación.
El cotidiano ritual que realizo en los momentos del desayuno se convirtió en una maratón. Casi no masticaba el pan. Los trozos que forzosamente pasaban mi garganta eran lubricados por aquel café que tenía la temperatura justa para mi agrado: tibio.
Las 9.23 y las cosas no podían ir peor. No encontraban las fotocopias para el examen. Estoy seguro que tengo tres materiales, no puede ser que las haya perdido. La búsqueda no fue del todo estéril, ya que encontré una copia de las que estaba seguro tenía.
A las 10 de la mañana abandoné la búsqueda de las dos fotocopias restantes, y me centré en estudiar la que había hallado. Además, repasé los apuntes de mi cuaderno y me tomé una larga pausa para intentar recordar todo lo que dimos en clases hasta entonces. Sin embargo, era muy poco lo que sabía para el examen de esa tarde.
A las 14 horas puntualmente iniciará el examen, y no sé casi nada. ¿Por qué no me fijé días antes si tenía todas las copias? Idiota. La autocrítica ya era en vano.
Pero no todo estaba perdido. No señor. Aún quedaba una oportunidad para tener un buen rendimiento en la prueba escrita: llegar minutos antes del examen y prestar las copias que no tenía de algún compañero para leer. Son las 11.41. Si quiero llegar media hora antes del examen, necesito tomar el colectivo a las 12.30.
Hoy Dios y el demonio se aliaron para reírse de mí. No podía creerlo. El caldo de mamá no se iba a enfriar por nada del mundo. Odio los caldos de almuerzo cuando estoy apurado. Para más, no encontraba mi billetera, caminé cuadras y cuadras para tomar el bus, y este, aparte de ir lento, se quedaba en cada esquina para alzar pasajeros.
Llegué casi media hora de iniciado el examen.
Me acerqué a la puerta de mi curso, y el silencio de allí dentro era aterrador. Abrí lentamente la puerta, mirando a los compañeros que completaban poco a poco sus hojas de examen. Sus miradas se clavaron en mí. Entré al curso y el profesor de televisión, Hugo Díaz, estaba sentado, atento a los movimientos que cada alumno realizaba. También clavó su mirada en mí y mecánicamente me indicó el lugar donde me sentaría para rendir.
Miré la hoja del examen, haciendo un rápido análisis de su contenido. A primera vista, del 100 por ciento de los ítems, el 40 sabría responder perfectamente. Del porcentaje restante, el 30 por ciento iba a desarrollar o bien o mal, sin tener certeza en ambas opciones. El porcentaje sobrante, mejor ni hablar.
Terminé completando lo que pude, y me gane, por ello, una calificación que considero justa. No importa cuánto fue. Lo importante es reconocer que merezco esa puntuación.
En cuanto al examen, no estaba difícil. Creo que este contenía todo lo desarrollado en clases. Si alguien rindió mal, habrá tenido un mal día como lo tuve yo.
En fin, fue el primer examen parcial, y aún queda tiempo suficiente para levantar cabeza. Y por sobre todo, para usar un despertador, fijarse tener todas las copias, rogarle a la madre no preparar caldo de almuerzo, y salir temprano para tomar el colectivo.


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